El concepto de desarrollo,
interpretado como política pública, ha evolucionado a lo largo del tiempo, en el marco de contextos cambiantes,
como consecuencia del aporte de prestigiosos investigadores. La Primera Declaración
Inter-Aliada de 1941 y la Carta
del Atlántico, firmada ese mismo año por Roossevelt y Churchil para la
reconstrucción del mundo de postguerra, representan los primeros documentos que
hacen referencia a este concepto que se consolidaría en la Conferencia de San
Francisco, en 1945, dando origen a la Organización de las Naciones Unidas, organización
que hace del desarrollo una de sus principales temáticas de reflexión y de
estudio (Boisier, 2002; Becerra, 2005). Durante aproximadamente dos décadas, el
desarrollo fue interpretado como sinónimo de crecimiento económico medido en
términos de Producto Bruto Interno (Becerra, 2005), donde prevalecía el
pensamiento modernizador basado en la industrialización y donde los países
ricos del Norte eran el ejemplo a seguir (Valcarcel, 2006). Sin embargo, el
mero crecimiento demostró no ser suficiente para que sus beneficios alcanzaran
a cada miembro de la sociedad, así este enfoque cuantitativo tendrá un cambio
profundo a finales de la década del `60, cuando Dudley Seers, inspirado en el
pensamiento de Gandhi, plantea que para que exista desarrollo deben darse
condiciones que garanticen la realización del potencial humano, sintetizándolas
en alimentación, empleo y no discriminación (Seers, 1970, citado en Boisier,
2002), dando origen a líneas de pensamiento que hacen referencia al desarrollo
económico y social. Durante los años ´70 surge en América Latina el paradigma
de la dependencia como contrapartida al de la modernización, aportando al debate
el papel jugado por la historia y la dinámica de las clases sociales, sin
considerar al medio ambiente y la cultura, pero abogando por un desarrollo en
los marcos nacionales en términos autónomos respecto de los países centrales
(Valcarcel, 2006)
Durante
la década del 80 el tema central pasa por estudiar las interrelaciones entre
modelos y estilos de desarrollo y el creciente e imparable deterioro del
medioambiente que pone en juego el futuro de la Tierra , aunque no logra
motivar a agentes económicos y políticos para poner en marcha las reformas
requeridas (Valcarcel, 2006). Estas posturas tienen fundamentos en varias
líneas de pensamiento, algunas con posicionamientos fuertes, ecocéntricos y
otras con posicionamientos más débiles o moderados, antropocéntricos (Pierri,
2001) que quedan expresados en el documento Los
Límites del Crecimiento publicado por
el Club de Roma en 1972 y en la
Conferencia sobre el Medio Humano de las Naciones Unidas, la Primera Cumbre de la Tierra , llevada a cabo en
Estocolmo ese mismo año, dando origen a un conjunto de nuevas declaraciones que
culminarán en 1987 en el Informe Brundtland, Nuestro Futuro Común, elaborado por la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo
en el que se formaliza el concepto de desarrollo
sostenible, y donde hay un llamado de atención sobre la necesidad de preservar
a la naturaleza de la acción antrópica, tanto para las actuales generaciones
como para las futuras, incorporando así, a la dimensión espacial, la dimensión
temporal.
En la década del ´90 y los primeros años del actual
siglo, coexisten varias líneas de pensamiento, que terminan confluyendo, con
algunas variantes, en el desarrollo sustentable territorial, regional, descentralizado,
local o endógeno, haciendo énfasis en las especificidades de la dimensión
espacio-temporal, otorgándole relatividad y perdiendo abstracción, porque es en
la localidad con sus relaciones eco-sistémicas, donde el proceso de desarrollo
se hace concreto (Becerra, 2005)
Por una parte, el
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), inspirado en ideas
de Amartya Sen, introdujo una nueva acepción y forma de medir el desarrollo a
través de un Indice de Desarrollo Humano,
basado en la calidad de vida, la
longevidad, y el nivel de conocimiento, que ligados al nivel de vida,
constituyen una síntesis que conforman el Desarrollo Humano (Boisier, 2002), y Manfred Max-Neef, Antonio Elizalde y Martín
Hopenhayn hablan de Desarrollo a Escala Humana, fortaleciendo
la dimensión humana y social del proceso de desarrollo.
Por
otra parte, posturas neoliberales y pragmáticas marcan las reflexiones y
orientaciones sobre el desarrollo en el entorno de financieras internacionales
y de gobiernos occidentales, volviendo en algunos aspectos al paradigma
modernizador de los 50, donde el crecimiento y la eficiencia económica eran la
finalidad del desarrollo, ignorando la heterogeneidad cultural y la diversidad
histórica. Aunque estas posturas se encuentran en la actualidad ideológicamente
debilitadas (Valcarcel, 2006), han legado un conjunto de herramientas de
gestión que evolucionaron sus contenidos ideológicos hacia criterios de
desarrollo sustentable, por ejemplo, la planificación estratégica sustentable
(Burton, 2006)
Siguiendo
la línea ambiental, en 1992 se celebró la Conferencia de la ONU sobre Medio Ambiente y
Desarrollo, Segunda Cumbre de la
Tierra , llevada a cabo en Río de Janeiro, donde se elaboraron
la Agenda 21, el Convenio sobre el Cambio Climático,
el Convenio sobre la Diversidad Biológica
(Declaración de Río) y la Declaración de Principios relativos a los Bosques.
Se difunde el concepto de desarrollo sostenible y se reelabora la definición
avanzando hacia la conciliación del progreso económico, la justicia social y la
preservación ambiental. En 1993, el documento Hacia un desarrollo sostenible
en el marco del V Programa de Acción en Materia de Medio Ambiente de la Unión Europea , define
estrategias y acciones para lograrlo. Se realizan Conferencias de Ciudades Europeas Sostenibles: Aalborg 1994, Lisboa
1996, Hannover 2000 y “Aalborg+10”
en 2004, con elaboración de declaraciones
y con el llamamiento a los gobiernos locales para que se unan a la campaña de
pueblos y ciudades sostenibles. En 1997, se aprueba el Protocolo de Kioto sobre el Cambio Climático en el marco de las
Naciones Unidas. En 2001 la Unión Europea
aprueba el VI Programa de Acción mediante el documento Medio Ambiente 2010: el futuro en nuestras manos. En 2002, la Conferencia Mundial
sobre Desarrollo Sostenible “Río+10”
Cumbre de Johannesburgo, reafirmó al desarrollo sostenible como tema central en
la lucha contra la pobreza y la protección del ambiente. En 2004, la Conferencia sobre la Diversidad Biológica
concluyó en la Declaración de Kuala Lumpur, calificada de poco
satisfactoria por los representantes de los países emergentes. En 2006 se elaboró una Estrategia
temática para el medio ambiente urbano como parte del VI Programa de Acción de la Unión Europea , con el objetivo de contribuir a una mejor calidad de vida
mediante un enfoque integrado, centrado en las zonas urbanas y en
posibilitar una alta calidad de vida y
bienestar social, fomentando un desarrollo urbano sostenible. En 2007, la Cumbre de Bali adecua el
Protocolo de Kioto a las necesidades del cambio climático. Más allá de
los acuerdos firmados en las reuniones internacionales que se cumplen tarde,
mal o nunca, vale mencionar que en paralelo a estas reuniones, organizaciones
de la sociedad civil buscan convertirse en un instrumento real de presión de
sus gobiernos para que ejecuten las medidas de protección ambiental y cumplan
lo acordado en los foros mundiales (Valcarcel, 2006)
Si bien el concepto de desarrollo sigue asociado a la
economía, la productividad y la eficiencia, ha incorporado, con un peso
relevante, a los sujetos sociales, la equidad, la satisfacción de las
necesidades básicas, el respeto a las minorías, la sustentabilidad ambiental,
la habitabilidad y más recientemente la valoración del territorio y las
localidades. Por lo tanto los indicadores del desarrollo son distintos a los
que prevalecieron hasta hace unas décadas. (Valcarcel,
2006).
Así,
el concepto de desarrollo ha evolucionado de una visión sectorial de
crecimiento económico, a una integral, holística, de calidad de vida humana. De
una concepción simple, lineal, a una compleja y eco-sistémica donde se integran
los sub-sistemas ecológico, social y económico. De la mono-disciplina como
herramienta de estudio, a la inter y transdisciplina. De un sentido de
generación del desarrollo de arriba hacia abajo, a un sentido de abajo hacia
arriba. De considerar al territorio como un elemento pasivo al servicio del
crecimiento económico, a considerarlo un factor activo de desarrollo,
especialmente valorable en su escala local (Vázquez, 1995 citado en Becerra,
op.cit.; Borja, 1998; Fernández Güell, 1998; Madoery, 1999; Reese,1999;
Boisier, op.cit.)
En
nuestro país, los municipios han sido, históricamente, los responsables de la
organización del territorio, de la provisión de infraestructuras, servicios y
equipamientos, situación que en la provincia de Bs As se formalizó con la ley 8912 a partir de 1977. Pero
esta actividad fue desarrollada con una visión sectorial, espacialista y
funcionalista, orientada a resolver los problemas de cada variable física del
territorio sin considerar el potencial que eco-sistémicamente tienen para
colaborar en el logro de objetivos superiores de desarrollo. Por otra parte,
los modelos y herramientas tradicionales de gestión urbana utilizados, basados
en cuestiones meramente normativas, con escasa flexibilidad ante los cambios y
con carácter centralizado y excluyente de
los intereses y capacidades de los distintos actores del territorio, han
demostrado ser ineficientes para comprender integralmente los procesos territoriales,
evitar los estilos fragmentarios de la gestión del desarrollo y lograr una real
transformación cualitativa de la realidad urbana (Reese, op.cit.). En la
actualidad, factores globales y propios han influido para que la gestión local
adquiera una importancia y complejidad que hace 20 años no tenía y para que el
rol de los gobiernos municipales pasara de administradores de servicios, a ser
gestores/promotores del desarrollo local sustentable. Aún así, de los 2171
municipios que existen en la
Argentina , menos de 100 avanzaron en este sentido (Reese,
op.cit).
Arq. Fernando Pini